BIOGRAPHIA 1
Colaboración de Gonzalo Ferarri Nicolay
bisnieto Olivero
 

 
 
Eduardo Olivero
Eduardo Olivero
 
 
Eduardo Olivero
Collection of Georg v. Rauch
Courtesy of Arne L. Brunner,
Eduardo Olivero
from the Postcard Collection
of Roberto Landi, 6-2-09

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Este capítulo recrea la vida del piloto Eduardo Olivero, a partir de sus hazañas como as de la aviación durante la Primera Guerra Mundial, cuando combatió heroica y valerosamente para las milicias italianas como voluntario argentino. También destaca su arriesgada travesía, uniendo Nueva York y Buenos Aires por primera vez.

Eduardo Olivero, oriundo de Tandil e hijo de inmigrantes italianos, siendo adolescente escapa de su casa paterna para tomar clases de vuelo en la escuela de Villa Lugano, de reconocida notoriedad por la práctica asidua de avezados pilotos, entre los que había sobresalido Jorge Newbery. Antes de cumplir 18 años deslumbra como aviador, destacándose por su habilidad y pericia. Estalla la Primera Guerra Mundial: su padre y su tío resuelven ir a pelear por la Italia natal. Eduardo los exime de esa responsabilidad y marcha en nombre de la familia Olivero. Sin despedirse - la familia lo excusa por su minoría de edad- parte audaz y decidido a combatir en la Primera Gran Guerra. Apenas llega, le ofrecen ser parte de la aviación italiana, pero sólo aceptando la ciudadanía italiana; Olivero declina su ofrecimiento: la nacionalidad argentina es innegociable. Entonces, lo incorporan como soldado. Sin embargo, la urgente necesidad de pilotos obliga a la Aviación Italiana a incorporarlo, primero como instructor de vuelo y luego (por pedido suyo) como integrante de la escuadrilla de ases italianos. Eduardo participa activa y valientemente de varios combates aéreos, que lo harán merecedor de algunas medallas. En una oportunidad, vuela en solitario a tomar fotografías del campo enemigo, y es atacado por siete enemigos; logra derribar a dos, y emprende el escape, utilizando todo el combustible. Aterriza de emergencia en una granja, se reabastece de gasolina, y consigue retornar a la base italiana sano y salvo, cuando lo daban por derribado y muerto. Por este episodio, el Rey de Serbia le otorga una medalla.

Como todos los aviadores de esa época romántica, una vez terminados los combates aéreos, regresaba al campo donde había estado combatiendo y arrojaba flores desde su avión, para despedir a los muertos.
Concluida la Primera Guerra, a través de Gabriel D´Anunzio, consigue el permiso para volver a su país, Argentina, y reencontrarse con su familia.
Olivero recibe las siguientes condecoraciones: tres Medallas de Plata, dos Medallas de Bronce, Cruz de Guerra Italiana, Cruz de Guerra Francesa con Palma, Medalla Militar Italiana, Medalla Militar al Voluntario de Guerra, Medalla de la Unidad Italiana, y la Gran Cruz de Oro de Karageorgevich (Caballero de la orden del Rey de Serbia)
En Argentina imparte clases de vuelo y rompe varios récords de altura, distancia y velocidad. En una ocasión, haciendo acrobacia, su avión se incendia; para evitar que las llamas carbonicen a su amigo copiloto, se arroja sobre el fuego, quemándose él sus propias manos y cara. A pesar del dolor y las heridas, logra aterrizar sin problemas. Este evento cambiará su fisonomía para siempre, pero no mermará un ápice su pasión, ni evitará que siga volando y batiendo más récords.
En 1926, junto con su alumno Bernardo Duggan y el mecánico italiano Campanini, unen por primera vez las ciudades de New York y Buenos Aires. Bautiza su avión marca Savoia Marqueti, de origen italiano, con el nombre rutilante de Buenos Aires. Este fantástico raid es seguido de cerca por la prensa mundial. Los dan por muertos durante siete días, luego de un curioso percance: siguiendo la costa de Brasil se internan por error en el Amazonas, conviviendo y registrando fotografías de los asombrados indígenas. Gracias a la asistencia de una embarcación consiguen cargar combustible para continuar su periplo a Buenos Aires, donde renombrados músicos y artistas de la época componen melodías y letras alusivas a este accidentado raid.
Arribando al Puerto de Buenos Aires, una multitud los espera ansiosos, incluido el mismo Presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear.
Su vida permanece íntimamente ligada a la aviación, hasta su fin. Intenta ser el primer aviador en volar hasta la estratosfera, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial se lo impide. Finalmente, el valeroso Olivero muere en 1969.
 

 
 
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